La importancia de esta distinción
es fundamental para poder entender la situación actual respecto a la forma de afrontar
los actos violentos ejercidos en el ámbito de la pareja, por parte de las
diferentes instituciones. Son ampliamente conocidas las diferentes campañas y
actuaciones a favor de la erradicación de la violencia ejercida contra las mujeres
en el ámbito de la pareja. Pero las estadísticas reflejan una situación que es
importante valorar.
La prevalencia de las muertes de
mujeres a manos de sus compañeros sentimentales ha constituido un elemento de
alarma social en los últimos años, completamente demostrado a través de los
datos. Entre el 1 de enero de 2003 y el 31 de diciembre de 2012 fallecieron 658
mujeres a manos de sus parejas o ex parejas. La distribución de las víctimas
año a año no ha sufrido grandes variaciones, aunque sí se ha percibido un
ligero descenso en los últimos dos años, pasando de 73 fallecidas en 2010 a 61
y 52 en los años 2011 y 2012, respectivamente. Esta tendencia descendente deberá
ratificarse en los próximos años. Sin embargo, siguen siendo cifras realmente
alarmantes.
En cuanto a la morbilidad, se
considera que, a nivel mundial, entre el 10% y el 52% de las mujeres han
sufrido maltrato físico por parte de su pareja en algún momento de su vida.
Entre el 10% y el 27% reconoce haber sufrido abusos sexuales y entre el 10% y
el 30% ha sufrido violencia sexual por parte de su pareja. Pero al mirar más
allá del género y del resultado de muerte, se ha señalado la igualdad existente
entre la violencia sufrida por hombres y mujeres adultos en el ámbito de la
pareja, incluso superada por mujeres como agresoras, es la llamada “simetría de
género”, muy discutida en los últimos años, en parte por la aparición de estudios
que versan sobre discusiones teóricas, más que con resultados empíricos. La
carencia de datos absolutos que reflejen la realidad es evidente. Pero también
la falta de investigaciones acerca de las causas que llevaron a estas agresiones.
Algunos autores afirman que las mujeres que provocan lesiones graves en los
hombres lo hicieron en la mayoría de los casos por autodefensa, que es
frecuente que se den en un contexto en que ambos miembros de la pareja usan
dicha violencia. Además, que muchas de las agresiones por parte de mujeres, con
consecuencias mínimas, son fruto de un intento de llamar la atención de su
pareja o como respuesta a la frustración. Sin embargo, sigue existiendo una
falta de argumentos sólidos, basados en datos empíricos que demuestren de forma
sólida estas afirmaciones.
En el caso de las parejas
jóvenes, puede observarse también que la frecuencia en la violencia es muy
similar en hombres y en mujeres. Especialmente en cuanto al maltrato
psicológico, en que incluso llega a superar el ejercido por las mujeres al
ejercido por los hombres. Esta situación se hace más evidente cuando se
encuentra la influencian del alcohol y las drogas, cuyo consumo tiende a
igualarse cada vez más en hombres y mujeres jóvenes. Algunos estudios sugieren
una mayor tendencia a la violencia ejercida por el sexo masculino en el caso de
la violencia física y sexual, de forma que el 13-17% de los chicos ha cometido
algún tipo de abuso sexual en la relación de pareja, en comparación al 2-8% de
las chicas, aunque hay encuestas realizadas en nuestro país, como la realizada
por González y Santana en 2001 que hablan de datos muy similares en ambos sexos
en cuanto a empujar o pegar a su pareja cuando han tenido un conflicto, dando
como resultados el 7’5% de los chicos consultados, frente al 7’1% de las chicas.
Al preguntarles a estos jóvenes sobre el tipo de respuesta que ven en los
conflictos con sus padres, se observa que hay una mayor respuesta con violencia
física por parte de los padres que de las madres, con porcentajes del 12% frente
al 6%. Otros trabajos similares también sacan a relucir porcentajes similares
en cuanto a violencia física sobre hombres y mujeres jóvenes. Sin embargo, es
importante no tomar estas cifras únicamente en términos absolutos, sino que se
debe profundizar en las diferentes motivaciones que llevan a la situación de
violencia. La dominación parece seguir siendo el motivo principal que encuentra
el hombre para agredir a su pareja.
FACTORES DE RIESGO
Aunque el rol ejercido en la
pareja parece ser el elemento fundamental que define a la violencia sobre el
género femenino, no es el único elemento que puede desencadenarla, mantenerla y
hacer que se desarrolle. Determinar cuáles son los factores de riesgo en este
problema no es una tarea sencilla.
Existen múltiples estudios que
intentan arrojar luz a esta pregunta, aunque no existe unanimidad en la determinación
de los mismos. Algunos de ellos se centran en la variabilidad individual,
tratando de definir influencias como son el desarrollo infantil, la
psicopatología, la educación y el abuso de drogas en estos sujetos, tanto en
los agresores como en las víctimas, de forma que pueden existir elementos en el
desarrollo de estos sujetos que les predispongan a ser violentos o a permitir
esa violencia sobre ellos.
Un ejemplo serían las personas
que han presenciado siendo niños los malos ratos, tanto físicos como psíquicos ejercidos
por sus padres hacia sus madres. Ellos supondrían un elemento que predispondría
a estos niños a ser también agresores de sus parejas durante su adultez, e
incluso ya durante su etapa adolescente, presentando roles de mayor dominancia
sobre sus parejas o mostrando una aceptación de determinados actos violentos
como adecuados en sus relaciones, dependiendo del tipo de violencia que
hubiesen vivido en sus propios hogares o que ejercían las parejas con las que
se relacionaban.
Es especialmente preocupante la
situación entre los jóvenes. Diversos estudios demuestran que la conducta que se
ejerce desde muy jóvenes en el entorno de la pareja puede condicionar su forma
de vivir la relación en etapas posteriores, pudiendo actuar como precursor de
situaciones de violencia más grave en la edad adulta. Es habitual que estas
conductas, ya en la adolescencia, estén ligadas a los celos, a un control
excesivo de la pareja y a la idealización del amor como algo sin lo cual es
imposible ser feliz. Aunque puede darse cualquier tipo de violencia, tanto física,
psíquica como sexual, en la mayor parte de casos empieza con la violencia
verbal, que incluso llega a verse como algo normal dentro de este tipo de
parejas.
Otro de los factores que hacen
dudar de que sepamos el alcance real del problema, es la poca relevancia que tienen
otros tipos de muertes que pueden darse en un contexto violento dentro de la
pareja, como son los suicidios. Es conocida, aunque poco estudiada, la mayor
incidencia de suicidios en las personas que son agredidas moralmente, incluso
físicamente, de forma continuada por sus parejas. Por tanto, es considerado el
maltrato como un factor de riesgo para el suicidio. Sí se han podido hallar
relaciones muy directas entre el maltrato a las mujeres y los síntomas depresivos
que conducen a los intentos autolíticos, una relación que no ha quedado muy
clara en el caso de los hombres.
LA VIOLENCIA EN PAREJAS
HOMOSEXUALES
Cuando hablamos de violencia de
género hablamos de roles que representan el agresor y el agredido, donde el hombre
mantiene una posición de superioridad y de dominación sobre la mujer. La Ley
Española no contempla la posibilidad de la adquisición de este mismo tipo de
roles adquiridos por los dos miembros de la pareja del mismo sexo. Siguiendo
este planteamiento, uno de ellos adquiriría el rol dominante, tomando una
actitud de superioridad en la relación, sometiendo a la pareja a su yugo. ¿Por tanto,
es la violencia ejercida por uno de estos miembros de la pareja sobre el otro
debido a una posición de dominación, con las mismas características que la
violencia de género?
Durante mucho tiempo se ha
considerado la idea de la violencia entre parejas lesbianas como algo
imposible, más teniendo en cuenta la lucha tradicionalmente han tenido estas
mujeres contra la violencia machista, llegando incluso a la idealización sobre
las relaciones de convivencia entre las parejas homosexuales. En cambio, se
sabe que existe la misma prevalencia de agresiones en parejas homosexuales que
en heterosexuales, siendo, por tanto, víctimas que no pueden quedar silenciadas
(35). Algunos autores consideran que uno de los factores de riesgo en este tipo
de violencia podría ser la adquisición de roles patriarcales entre las parejas
homosexuales. También que, el miembro agresor de la pareja trata de conseguir
el control sobre su compañero, de la misma forma que lo haría un hombre
maltratador en una pareja heterosexual.
Diversas asociaciones de gays y
lesbianas se han mostrado contrarios a la inclusión de la violencia entre
parejas del mismo sexo como violencia de género, ya que refieren entender que
se trata de un problema específico que necesita su propia forma jurídica,
destacando la estructura de nuestra organización social, como claramente
patriarcal y, por ello, siendo la violencia de género un tipo de violencia
específico y diferente de la violencia doméstica. También existen voces críticas,
refieren que normas como la Ley Integral de nuestro país, les dejan fuera de la
protección que sí se refleja sobre las mujeres maltratadas de parejas
heterosexuales, ya que en materia penal, se impone un agravamiento de las penas
únicamente si el agresor es varón y comete a pena sobre una mujer de la cuál es
o ha sido pareja. En cualquier caso, en lo que sí parece haber consenso es en
la necesidad de no dejar en una situación de indefensión a cualquier persona,
sea del género que sea, y que se sienta agredido, carente de libertad,
intimidado o dominado por su pareja.
Aurora Adam
Gac. int. cienc. forense ISSN 2174-9019 Nº 9. Octubre-Diciembre,
2013
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